La Tierra, un planeta

 

 

vivo (I):

 

 

Formación

 

 

 

Introducción

 

           

La Tierra, nuestro planeta, es el único que sepamos en esta fecha, que alberga seres vivos, tal y como nosotros los entendemos; pero este acontecimiento, se ha debido a que este planeta reúne unas condiciones apropiadas para que la vida se haya asentado en él. ¿Cuáles son estas circunstancias? En este trabajo intento dar una visión sintética y  panorámica del nacimiento de nuestra madre Tierra, de su evolución, de su estado actual y posible futuro, y de cómo, la situación astronómica y evolución geológica de nuestro planeta ha motivado la evolución biológica, la cual no se entendería adecuadamente sin comprender la historia de este tercer planeta de nuestro sistema solar.

 

 

Debido a la amplitud de los temas a tratar, dividiré el trabajo en una serie de artículos que se irán publicando periódicamente.

 

 

                                                              El entorno cósmico

 

       Nuestro universo surgió hace unos 15 mil millones de años a partir de la llamada Gran Explosión (Big Bang) y desde entonces ha estado expandiéndose, en los primeros instantes de forma inflacionaria y después de forma más lenta; recientes teorías indican que el cosmos realiza una expansión cada vez más acelerada, a partir de lo que se ha llamado “La Gran Separación” (Big Rip) debido a la existencia de una misteriosa “energía oscura”, ligada a la no menos misteriosa “materia oscura”; esta energía sería la causante de esta expansión cada vez más acelerada.

 

 

 

 

            Pero dejemos estas disquisiciones y vayamos a nuestra Tierra. El nacimiento de nuestro planeta hay que considerarlo en el contexto del Sistema Solar. El Sol es una de tantas estrellas que hay en nuestra galaxia, la Vía Láctea. Se estima que esta galaxia alberga unos 200 mil millones de estrellas. Las galaxias se agrupan en cúmulos de galaxias de cientos o miles de estas unidades. Se han catalogado millones de galaxias en nuestro universo conocido. Nuestra galaxia, es una de tantas galaxias de tipo espiral, que tiene forma de un gigantesco disco con un núcleo galáctico y dos brazos espirales y además de estrellas contiene gas interestelar (fundamentalmente hidrógeno) y polvo galáctico, además de la misteriosa materia oscura.

 

 

 

 

 

 

Nuestro sol se encuentra en la zona externa de uno de los brazos espirales de la Vía Láctea, a unos 30 mil años-luz del centro de la galaxia. Como toda estrella de la galaxia, rota alrededor de ella, en este caso, a una velocidad de unos 900 mil km/hora.

 

 

Nuestra estrella es una de tantas estrellas amarillas enmarcadas dentro de la llamada secuencia principal del diagrama H-R, en donde se compara la luminosidad de la estrella con su temperatura. Ambos factores condicionan el tamaño y el color de la estrella.

 

 

El sol, como todas las estrellas, es una enorme esfera de gas luminoso ( 92% de H, 8% de He y trazas de otros elementos), de tamaño y masa media  [unos 2×1030 kg (~300 mil tierras)] a la que se la calcula una vida de al menos 10 mil millones de años (m.a.). Apareció en nuestra galaxia hace unos 5 mil m.a.; de forma que actualmente está en un periodo medio de su ciclo vital, en una etapa de madurez, en la llamada fase del helio, una fase en la que los depósitos de hidrógeno de su núcleo se están convirtiendo en helio, por un proceso de fusión nuclear; esta fusión genera la energía suficiente para permitir su gran luminosidad y brillo; parte de esta energía de fusión nuclear llega a los planetas y los calienta y los ilumina más o menos, según su distancia a la estrella. Esta fase del helio es muy estable y duradera (durará al unos 5 mil m.a. más) y esto ha permitido entre otros acontecimientos, que la vida se haya desarrollado en La Tierra.

 

 

¿Cómo surgió el sistema solar? En las galaxias, además de estrellas, existen nebulosas, que son acumulaciones de gas, fundamentalmente hidrógeno, (nótese que el H es el gas más abundante del universo, también es el elemento más sencillo y primitivo)  y polvo. El material de estas nebulosas, por diversas causas, por ejemplo las ondas de choque de la explosión de una estrella supernova cercana, se puede concentrar, con lo cual la gravedad actúa más intensamente y el gas y polvo se van acumulando por atracción gravitatoria en el centro de la nebulosa, a la vez que esta gira sobre su eje y adopta una forma cada vez más aplanada, de disco lenticular. La materia acumulada en el centro da lugar a un núcleo que constituye una protoestrella, en nuestro caso el protosol y la materia de zonas más periféricas de la nebulosa puede concentrarse y dar lugar a planetas. Además el material lanzado por la explosión de la supernova contamina la nebulosa en contracción y

 

contribuye a la formación del nuevo sistema planetario.

 No todas las estrellas forman planetas a su alrededor y además no todas las estrellas son solitarias; existen sistemas de estrellas dobles y quizá otras combinaciones. Estos hechos dependen de la cantidad de materia de la nebulosa, de su tamaño y de las causas que desencadenan su concentración y giro, entre otros factores.

 

En el caso de nuestro sistema estelar, se formó una estrella de masa media y un conjunto de 8-9 planetas de diverso tipo, girando a su alrededor, al tercero de los cuales le llamamos Tierra.

 

Como antes he dicho, una estrella nace, vive un determinado periodo de tiempo y muere. En este aspecto es como un ser vivo. Los derroteros evolutivos que sigue una estrella a lo largo de su “vida”  dependen de su masa. Las estrellas muy masivas tienen una vida mucho más corta que las de masa media, como nuestro sol, ya que agotan más rápidamente su combustible y se “apagan” antes. Estrellas como la nuestra tienen una vida media de unos 10 mil millones de años, tiempo más que suficiente para que la vida pueda evolucionar en su entorno, si las condiciones son adecuadas.

 

Otro aspecto muy importante de las estrellas es que son laboratorios en los cuales se van fabricando los distintos elementos que componen el universo. Su núcleo es una fábrica de estos elementos. Por reacciones de fusión nuclear, a lo largo de la vida de la estrella se van “cocinando” elementos cada vez más complejos, a partir del hidrógeno: helio, carbono, nitrógeno,….. hierro….; estas reacciones nucleares, que tienen su causa en la atracción gravitatoria, generan gran cantidad de energía, entre ella energía calorífica y por eso la estrella tiene una gran luminosidad y está mucho más caliente que un planeta; la temperatura de nuestro sol en su superficie alcanza unos

 

 

6 mil ºC y de unos 15 millones de ºC en su centro. Cuando ciertas estrellas de gran masa, (no es el caso del sol) al final de su vida explotan, lanzan al espacio interestelar de la galaxia, parte de estos elementos fabricados en su horno termonuclear, siembran, por así decirlo, la galaxia de estos elementos, que pasan a formar parte de su polvo galáctico; de esta manera la galaxia se va fertilizando de elementos químicos, que sirven de material para la formación de nuevas generaciones de nebulosas y sistemas estelares.

 

 

Se puede decir que nosotros, y los seres vivos en general, estamos hechos de polvo de estrellas; somos hijos de las estrellas.

 

 

 

Se forman los planetas de nuestra estrella

 

 
 

 

 

 Recién formado el sol  a partir de la nebulosa solar en rotación, en el disco periférico de dicha nebulosa se iban disponiendo los materiales sobrantes que no se habían concentrado en el núcleo para formar el sol; los más densos permanecían más cerca del sol y los más ligeros más lejos; estos materiales fueron juntándose por atracción gravitatoria y se fueron formando los planetas. Este proceso de atracción gravitatoria se ha llamado acreción gravitatoria; de esta forma aparecieron embriones de pequeño tamaño (de hasta 100 m de diámetro) de planetas, los planetesimales, que se dispusieron en órbitas diferentes alrededor del sol y que comenzaron a colisionar entre sí por acreción; al cabo de unos miles de años de acreción de planetesimales se formaron cuerpos planetarios cada vez mayores, los planetoides, de hasta 5 Km de diámetro, con mayor capacidad de atracción gravitatoria, debido a su mayor masa; estos planetoides se fueron acrecionando a lo largo del tiempo y en menos de 100 mil años se formaron los planetas del sistema solar.

 

 

Los que se formaron cerca del sol, a partir de materiales más densos, fueron los planetas interiores rocosos, es decir, Mercurio, Venus, La Tierra y Marte, por orden de cercanía a nuestra estrella; los que se crearon más lejos del sol, con materiales ligeros, fueron los planetas exteriores gaseosos, es decir, Júpiter, Saturno, Urano y Neptuno, según su orden de alejamiento de la estrella.

 

 

Los planetas rocosos, entre los que se encuentra nuestra madre Tierra, son cuerpos de roca en su mayor parte en estado sólido, pequeños, (desde 4.900 km de diámetro en Mercurio hasta 12.700 en La Tierra), con atmósferas escasas y delgadas, sin satélites a su alrededor (hay dos excepciones: La Tierra con la Luna y Marte, con Fobos y Deimos; estos últimos representan asteroides capturados). Las altas temperaturas de la zona, debido a la proximidad del sol, evaporaron el agua y otros compuestos volátiles (hidrógeno y helio, fundamentalmente), que fueron barridos hacia zonas más externas de la nebulosa por el viento solar; por esto los planetas rocosos están formados de elementos más pesados y son sólidos y apenas tienen atmósferas.

 

 

Los planetas gaseosos son cuerpos de gran tamaño (desde 44.600 km de diámetro en Neptuno hasta 142.000 en Júpiter, el mayor). Están compuestos por un pequeño núcleo sólido (¡de dimensiones mayores que la Tierra!) y una gran envoltura gaseosa de hidrógeno y helio principalmente, ya que eran los gases que más abundaban en esa zona de la nebulosa. Además tienen densas y gruesas atmósferas y alrededor de ellos giran muchos satélites, algunos naturales y otros capturados (una media de 10 por planeta); algunos de setos satélites como Titán de Saturno y los satélites galileanos de Júpiter, es decir Io, Europa, Ganímedes y Calixto, tienen la envergadura y estructura de planetas rocosos. Los planetas exteriores, por otro lado, tiene anillos más o menos visibles (los más famosos son los de Saturno) que quizás representan materiales helados de planetesimales que no llegaron a formar satélites por su cercanía al planeta; como se podrá suponer, es la fuerza gravitacional de las grandes masas de estos planetas la que ha dado lugar al la gran cantidad de satélites y anillos alrededor de estos gigantes.

 

 

            ¿Y Plutón? En realidad, este cuerpo celeste tiene el tamaño (unos 2.200 Km de diámetro) de un pequeño planeta rocoso o un satélite galileano y una estructura como la de estos cuerpos. ¿Qué hace Plutón en la parte más externa del sistema solar? En estas regiones las temperaturas son muy bajas y la densidad de materia nebulósica menor, con lo cual gases como  el amoniaco, metano y dióxido de carbono, además del agua, está helados. Además en estas zonas periféricas, las colisiones entre planetesimales son menos frecuentes, ya que escasean más. Esta región, en donde está Plutón, es el llamado “cinturón de Kuiper”. Se ha sugerido que Plutón no es un verdadero planeta, sino un planetoide, uno de los mayores de los cientos de objetos (planetesimales y planetoides) que existen en este cinturón periférico del sistema solar y que no han podido formar planetas.

 

 

Mas allá del sistema solar se sitúa la “nube de Oort”: durante los primeros 500 mil años de su existencia, el sol emitió vientos intensos que despejaron el material de la nebulosa solar. Muchos planetesimales salieron despedidos fuera de la nebulosa y engrosaron esta nube de Oort. Además fueron los causantes de la intensa craterización que sufrieron los planetas rocosos en estos inicios, al impactar estos planetesimales contra ellos, en su escape hacia los confines de la nebulosa, y de otras acciones como perturbaciones orbitales, formación de la Luna, etc.  Así, esta nube, junto con el cinturón de Kuiper, forman reservas de planetesimales, un congelador inmenso, donde se conserva el material original de aquellos tiempos de formación del sistema solar. Se considera que la nube de Oort es la fuente principal de los cometas.

 

 

 

            Nace el sistema Tierra - Luna

 

 

 

             Nuestro planeta, se formó por acreción de planetesimales hace unos 4.600 m.a. a unos 150 millones de km del sol, lo que se llama una unidad astronómica (1 au.). Esta distancia entra dentro del denominado margen vital, espacio del sistema solar que por su distancia al sol puede reunir unas condiciones mínimas para la existencia de vida, al menos microbiana. Este espacio incluiría también a Marte; actualmente este espacio vital se sugiere que puede trasladarse también a ciertos satélites de los planetas gaseosos como Europa, Ganímedes y Titán.

 

 

 Cuando se formaron los planetas rocosos, como la Tierra, en esta región de la nebulosa solar reinaban temperaturas tan elevadas que los elementos volátiles no pudieron condensarse. La proto-tierra, pasó por un estado fundido, al menos parcialmente debido a estas altas temperaturas y sobre todo a la energía calorífica generada como consecuencia de la acreción y de los impactos posteriores. Este hecho permitió una decantación gravitatoria de los materiales terrestres en esta primera etapa: Los elementos más pesados como el hierro y el níquel, emigraron hacia el núcleo y otros más ligeros como el silicio, magnesio, calcio, sodio, potasio, oxígeno…. formaron el manto, capa externa que rodea al núcleo; la corteza, más ligera se formó algo después, a partir del manto, cuando la superficie de la tierra se fue enfriando y permitió la solidificación de los materiales rocosos superficiales.

 

 

Nuestro planeta, desde que se formó, ha ido perdiendo energía calorífica por irradiación al espacio procedente del calor interno gravitacional o de formación generado por la acreción de los planetesimales y planetoides; esta pérdida, actualmente,  es más lenta y está compensada por la generación de calor como consecuencia de la desintegración de elementos radiactivos de los materiales del manto y de la corteza terrestres (calor radiactivo).

 

 

La Tierra es el único de los planetas rocosos que tiene un satélite no capturado, la Luna y de un tamaño (cerca de 3.500 km de diámetro) el cual, en proporción al tamaño de la Tierra, hace que nuestro satélite sea el mayor de todos los del sistema solar; es como un planeta en miniatura (su diámetro es mayor que el de Plutón). ¿Cómo surgió? Hoy en día la hipótesis que tiene más aceptación es la del “gran impacto” o de “la fusión inducida”; según ella, hace unos 4.500 m.a., en los albores de la formación terrestre y coincidiendo con la fase de craterización, un cuerpo del tamaño de Marte, chocó contra la joven Tierra y como resultado se formó nuestro satélite cuya materia es mezcla de los dos mantos de ambos cuerpos, (la Tierra y el planeta). Este choque produjo la inclinación del eje terrestre con respecto a la eclíptica, lo que provoca las estaciones terrestres a lo largo del año, con las importantes consecuencias en muchos seres vivos que este hecho conlleva; además la influencia gravitatoria de nuestro satélite sobre la Tierra produce las mareas y estabiliza el eje de rotación terrestre impidiendo cambos climáticos bruscos, lo que sería perjudicial para la vida. Muchos científicos creen que la vida compleja no se hubiera desarrollado si no fuera por la presencia de la Luna. En palabras de C.Knight y A.Butler, en su libro "La Ciencia Antigua y el misterio de la Luna": "Si se concibe la tierra como incubadora de vida, la Luna es el ingenio cuidadosamente programado para controlar y estabilizar el proceso. Un verdadero sistema de sostenimiento de la vida" . A diferencia de la tierra, la Luna carece de atmósfera, (su pequeña masa no la ha retenido, y su interior, muerto, no la produce) lo cual hace que el efecto de la craterización en su superficie sea evidente (igual sucede en Mercurio y en menor grado, en Marte); además este hecho se ve acentuado por no existir agua líquida en su superficie y como no hay ni agua ni vientos, no existe ni meteorización, ni erosión ni transporte ni sedimentación y por eso los cráteres no se borran con el tiempo, como sucede en nuestro planeta.

 

Una vez que se formaron los planetas terrestres, lo hicieron los planetas gigantes y  los planetesimales  que abundaban en esa zona, con gran cantidad de agua helada, por interferencias gravitatorias con estos gigantes recién formados, eran lanzados hacia la nube de Oort y hacia el interior del sistema solar, produciendo en este último caso un intenso bombardeo de estos cuerpos sobre los planetas interiores (etapa de craterización) que duró hasta unos 3.800 m.a. a partir del origen de la Tierra. Esta torrencial lluvia meteórica no solo proporcionó a nuestro planeta gran parte del agua de su actual hidrosfera sino también ingredientes vitales como moléculas prebiológicas que se habían formado en gránulos interestelares. Otra parte del agua de la Tierra procede de su interior y ha sido expulsada por los volcanes de aquella época en forma de vapor. Cuando la superficie de la Tierra alcanzó temperaturas inferiores a 100 grados, el agua se licuó y apareció la hidrosfera. Nuestro planeta es el único planeta del sistema solar que presenta agua líquida y además en su superficie, formando una hidrosfera abundante que cubre el 76% de su superficie sólida. El agua líquida es determinante en la aparición de seres vivos en este planeta.

 

 

El magnetismo terrestre

 

 

 

 

 

 

 

El hecho de que la Tierra presente un núcleo metálico compuesto en un 95% de hierro, ha provocado que este planeta tenga un potente campo magnético; nuestro planeta es el único planeta interior que presenta un campo magnético de consideración, equivalente al de los planetas exteriores; esto se debe a tres factores: 1.- un núcleo interno sólido de hierro metálico, conductor de la electricidad. 2.- una fuente importante de calor interno (el calor de formación terrestre), que fluidifica el hierro en el núcleo 3.- una rotación terrestre relativamente rápida que hace que los remolinos convectivos tengan el mismo sentido.

Este campo magnético ha sufrido variaciones en su intensidad a lo largo de la historia de la Tierra: su máximo se alcanzó entre los 2.700 y 2.500 m.a. y se ha comprobado que las grandes variaciones en la intensidad coinciden con el tránsito entre grandes etapas terrestres (arcaico – proterozoico: 2.500 ma. Y proterozoico – fanerozoico: 600 ma.). Se ha intentado buscar una relación entre estas variaciones del campo magnético y la actividad geológica en la corteza terrestre que determina en gran medida la separación de los grandes periodos de tiempo (eones, eras) en que dividimos la historia de nuestro planeta; parece ser que cambios más o menos bruscos en la cantidad de energía calorífica del interior terrestre (la tierra tiende a enfriarse) alterarían las corrientes convectivas del núcleo externo y a su vez éstas, modificarían las corrientes de materiales del manto, cuya convección mueve las placas litosféricas y provocarían periodos de mayor o menor intensidad en la geología de la tectónica de placas.

 

De todas formas, este potente campo magnético terrestre, no solamente es el motor indirecto del dinamismo de la litosfera terrestre y provoca los procesos geológicos internos de la tectónica de placas, que como veremos determinan la evolución de los seres vivos sino que también crea alrededor de la Tierra, un escudo magnético, la magnetosfera, que a modo de paraguas magnético, desvía partículas solares y cósmicas cargadas que podrían erosionar la atmósfera terrestre y quizás dañar a los seres vivos.

 

 

 

La atmósfera de nuestro planeta

 

 

 

 ¿Cómo apareció la atmósfera y como ha evolucionado hasta la actualidad? Nuestro planeta, debido a su tamaño y a su masa media no pudo retener gases ligeros como el hidrógeno y el helio, que escaparon, barridos por el viento solar. Una vez que este viento aminoró, los planetas terrestres rehicieron sus atmósferas (los que pudieron) y la Tierra, a partir de gases expulsados de sus abundantes volcanes logro fabricar una atmósfera discreta formada por dióxido de carbono, nitrógeno, vapor de agua, y dióxido de azufre con trazas de otros.

 

 

Hay que hacer notar, que se cree, que el CO2 fue más abundante en aquella atmósfera, que en la actual; se sabe que el sol, en aquella época emitía menos energía que en la actualidad (alrededor de un 30% menos), pues estaba entrando en la fase del helio, más estable y energética; el CO2, principal gas invernadero, compensaría dicha falta de calentamiento, permitiendo una temperatura templada en la superficie terrestre y la licuación del agua. Con el tiempo, y con la hidrosfera formada, los procesos geológicos externos, como la meteorización, erosión, transporte y sedimentación se asentaron sobre la superficie terrestre y el dióxido de carbono fue incorporándose a la corteza terrestre, principalmente en forma de carbonatos como consecuencia de dichos procesos; este hecho decrementó dicho gas en esta atmósfera primitiva, con lo cual

 

debió disminuir la temperatura en superficie.

 

 Pero esta primera evolución atmosférica fue seguida de otra, tal vez más importante para nosotros y gracias a la cual estamos aquí: la transformación de dicha atmósfera en oxidante, tal y como es en la actualidad.

 

 

 

Los primeros seres vivos, que muy probablemente fueron bacterias, aparecieron en nuestro planeta una vez que aminoró la etapa de craterización, a partir de unos 3.800 m.a. Muy pronto surgió el metabolismo autótrofo y la fotosíntesis bacteriana y aparecieron en escena las cianobacterias (antiguas algas azules) como lo demuestra la aparición muy temprana de estromatolitos fósiles, que son tapines petrificados de diferentes poblaciones bacterianas, entre las que, de manera importante se encuentran estas cianobacterias; estos estromatolitos también se forman en la actualidad; pues bien, estas bacterias y por supuesto otros tipos, ya poblaban los primitivos océanos hace 3.500 m.a. Como se sabe, la actividad fotosintética consume CO2 y desprende O2 (oxígeno) al ambiente. Los océanos comenzaron a cargarse de oxígeno y después este gas pasó a la atmósfera, de manera que hace unos 2.600 m.a. dicha envoltura ya era bastante oxidante y en torno a los 2.000 m.a., la atmósfera cercana a la superficie terrestre (homosfera) era de composición similar a la actual, es decir, con un 78% de nitrógeno, un 21% de oxígeno y trazas de vapor de agua, gases nobles como argón y dióxido de carbono (0,03%).

 

Hay que indicar en esta evolución atmosférica algunas consecuencias notables: En primer lugar el incremento significativo de oxígeno en la atmósfera; se considera a las bacterias fotosintéticas y a las cianobacterias en particular como los primeros seres vivos que contaminaron la atmósfera de forma importante, produciendo un verdadero cataclismo ambiental: la atmósfera oxigenada. El oxígeno es un gas muy reactivo y para las primitivas bacterias debió resultar venenoso, provocando una de las primeras extinciones masivas de seres vivos sobre la Tierra. Pero los seres vivos, en especial los bacterianos, son persistentes y se adaptan con el tiempo a las nuevas situaciones ambientales; así es que pronto aparecieron bacterias resistentes a este gas letal, las bacterias que actualmente llamamos aerobias: la evolución inventó unas enzimas capaces de neutralizar el oxígeno; este se utilizó en oxidar moléculas mas o menos complejas para liberar la energía que contenían y esta energía fue aprovechada por la propia bacteria para sus necesidades vitales, dejando como residuos metabólicos ambientales, dióxido de carbono y agua. Se inventó la respiración aerobia, muy rentable energéticamente hablando, y que actualmente han adoptado la gran mayoría de los seres vivos; somos seres vivos adaptados a vivir en un ambiente oxigenado.

 

 

El surgimiento de estas bacterias aerobias fue una jugada maestra de la evolución: por un lado se consigue neutralizar al oxígeno, que ya no resulta venenoso y por otro lado se utiliza en beneficio de las nuevas bacterias, disponiendo estas de una mayor cantidad de energía para sus actividades vitales; además, el dióxido de carbono expulsado como desecho metabólico al ambiente se podía utilizar para el proceso fotosintético.

 

 

Pero hay más; a medida que se iba incrementando el oxígeno en la atmósfera, éste fue formando una capa de ozono (oxígeno triatómico) en las capas altas atmosféricas (estratosfera). Este hecho trajo consecuencias muy favorables para el desarrollo de la vida sobre la Tierra: Los rayos solares llegan a la superficie terrestre y no todos tienen la misma frecuencia o longitud de onda. Los de alta frecuencia y corta longitud de onda son más penetrantes y suelen ser más peligrosos; esto sucede con los rayos ultravioleta de onda corta que llegan con bastante facilidad y abundancia a la Tierra y que dañan las estructuras vivas como el ADN; pues bien, la capa de ozono actúa como un filtro y no deja pasar a este tipo de rayos UV de onda corta hacia nuestra superficie; hasta entonces, las bacterias tuvieron que vivir protegidas de estas radiaciones, en los océanos o bajo tierra; con la aparición de esta capa de ozono las bacterias primero y los seres no bacterianos después pudieron colonizar la tierra firme, el ambiente terrestre y así llegar a la situación actual en la que la vida se ha extendido por toda la superficie de nuestro planeta.

 

 

Este ambiente oxigenado, además propició la aparición de las células no bacterianas (eucariotas) modernas, de las cuales está hechos todos los seres pluricelulares que hay sobre la Tierra, como los hongos, los vegetales y los animales, incluidos nosotros. Según la hipótesis endosimbiótica, hoy en día aceptada y probada, nuestras células surgieron de la asociación entre células precursoras eucariotas (quizá arquibacterias) y bacterias aerobias, las cuales, se transformaron en mitocondrias y bacterias fotosintéticas que se transformaron en cloroplastos (esto último, en los vegetales); de esta manera la nueva célula eucariota era más eficiente, ya que podía respirar el oxígeno, consiguiendo un alto rendimiento energético. Estos nuevos seres debieron surgir probablemente entre 2.000 y 1.500 m.a. y muchos de ellos, al igual que las bacterias,

 

colonizaron el medio terrestre.

 

 Estos hechos nos enseñan como las variaciones ambientales estimulan la evolución de los seres vivos, creando una presión de selección más o menos intensa lo que provoca la aparición de nuevas formas de vida que se adaptan a las nuevas condiciones y además los nuevos seres suelen ser más eficientes y autosuficientes y muchas veces más complejos. Hay que hacer notar que una de las estrategias más exitosas de la evolución ha sido la asociación ente distintos seres vivos (caso de la endosimbiosis bacteriana) para crear organismos vivos más prósperos, eficaces y complejos.

 

 

 Conclusión

Como vemos, todos los procesos que acontecen en nuestro planeta están interconectados: La Tierra está enmarcada en el Sistema Solar y en la Vía Láctea (nuestra galaxia) y su formación y posterior evolución ha venido y viene determinada por los acontecimientos cósmicos que han sucedido y suceden en su entorno; la formación del Sol y del propio sistema solar han determinado las características geológicas de este tercer planeta y el hecho de que sea un cuerpo con una cierta energía interna (energía de formación y energía radiactiva) lo mantiene caliente y geológicamente vivo; así, a través de la superficie terrestre, por los volcanes, salen materiales del interior fundidos, los magmas, con cierta cantidad de volátiles: estos gases han generado la atmósfera terrestre y ésta ha sido determinante en la aparición de los seres vivos sobre la Tierra; algunos de estos seres vivos, las bacterias fotosintéticas, han cambiado dicha atmósfera a oxidante y este hecho a cambiado de forma significativa el rumbo de la evolución de los seres vivos.

 

Año 2003